top of page

Ser la mujer perfecta para ÉL

  • Areli Torres
  • 28 sept 2016
  • 4 Min. de lectura

Si bien reconozco tener una baja autoestima -que afortunadamente he ido fortaleciendo con los años-, siempre me consideré una mujer muy fuerte y con decisión propia. Yo no me dejaba manipular por los hombres, al menos no como lo veía con mucha claridad con algunas amigas. Yo no era el tipo de mujer a la que si le decían "quítate esa falda porque está muy corta", agachaba la cabeza y se cambiaba; no, yo era capaz de incluso subirla más. Pero claro, uno atrae lo que es y a mí los hombres dominantes no me "tocaban".

Recuerdo siempre con mucha gracia que mi padre, cerca de mis 20 años, me dijo que jamás dejara que un hombre me mareara o "chamaqueara" (o sea que no me vieran la cara de pendeja) con tal de acostarse conmigo. Debo decir que para cuando mi padre me dijo esto yo ya había estado con más tipos de los que él hubiese querido enterarse; además de que su relación afectiva conmigo era casi nula, luego entonces su comentario no me servía para nada. Mi madre era todo lo contrario, sabía que la dominante en las relaciones siempre era yo y que no era tan fácil que un hombre me hiciera "sufrir".

Bueno, a lo que quiero llegar con lo anterior es que nunca fui el tipo de mujer abnegada o sumisa, yo tiraba para el lado contrario. Y aquí viene el meollo de esta entrada, por que al ser una mujer que ama demasiado, ser dominante y cabrona viene a ser lo mismo que sumisa y abnegada. No somos diferentes querida, ninguna es mejor que la otra; ambas estamos heridas, la diferencia es el disfraz. Yo buscaba hombres que me abrieran la herida del rechazo y abandono; y si bien parecía que yo era quien mandaba, en el fondo sólo era un niñita asustada que buscaba amor, y lo hacía desde la tiranía, desde tener el control, para que el Ego se creyera el cuento de que todo estaba bien. Y así fue como terminé haciendo cosas que pisotearon mi dignidad.

Llevaba tres años de divorciada en los cuales había subido 18 kilos de peso, no tenía trabajo y estaba deprimida. De pronto un día bajé ese peso extra (bueno no tan mágicamente), conseguí un trabajo y me sentía bonita y con ganas de vivir otra vez. Conocí a un hombre en ese nuevo trabajo, (ya conté de él en la entrada "Mujeres que aman demasiado II"), como resumen diré que él no estaba interesado más que en tener sexo conmigo pues estaba enamorado de otra mujer. Él era metalero y le gustaban las chicas de ese estilo (de la que estaba enamorado era también metalera), a mí la verdad no me gusta ni el género musical ni la estética alrededor de éste. Bueno pues en nuestra primera cita (que fue ir directo a un hotel) yo me hice un maquillaje gótico (negro y dramático) y ajusté algunas prendas para parecerme a las chicas que a él le gustaban.

Me sentía ridícula, yo nunca me maquillo y ese maquillaje era demasiado cargado. Me sentía una copia barata de Morticia Adams. Pero algo en mí creía que si yo me convertía en lo que a él le gustaba terminaría amándome. ¿Ves como no hay diferencia?, las sumisas obedecen órdenes de cómo vestir para que él las acepte; las dominantes nos contamos la historia de que lo hacemos porque somos libres de decidir hacerlo, y porque queremos y podemos. Pero en el fondo lo que queremos es ser justo como él quisiera que fuésemos para que nos ame.

La historia que yo te cuento es apenas un ejemplo insignificante de lo que somos capaces de hacer para que él hombre que "amamos" nos acepte y se de cuenta que somos la mujer perfecta. Yo he hecho cosas que no podría contar abiertamente por lo denigrantes que fueron. Porque eso es lo que pasa, perdemos la dignidad y le escupimos a nuestro amor propio cuando anteponemos lo que creemos a él le gustaría.

Como yo siempre he estado frente a hombres que no me aman o que no quieren estar conmigo, me cuento el cuento (valga la redundancia) de que algo está mal en mí, algo en mí no les termina de gustar y por eso no se terminan de convencer de que yo soy el amor de su vida. Y, ¿qué podría estar mal conmigo?, uffff, la lista puede ser interminable: estoy muy gorda, o estoy muy flaca, tengo un hijo, soy fea, no tengo un buen trabajo, o tengo uno muy bueno que a él lo intimida, no soy profesionista, vivo con mi madre, vivo en una zona fea de la ciudad, no tengo un coche, no tengo experiencia sexual, o tengo demasiada según su gusto, y aquí seguro que tú podrías agregarle muchas cosas más. Las que yo puse soy muy aplicables todas en mi caso.

El truco está en empezar a darme cuenta que no hay nada malo conmigo; sí, seguramente hay muchos aspectos mejorables en mí, defectos les dicen, y cosas superficiales que puedo y quiero cambiar; pero no es lo mismo teñirme de rubia platinada porque es mi gusto, a hacerlo porque al hombre en cuestión le encantan las rubias y terminar sintiéndome fea, incómoda y con el pelo arruinado. Como sea, eso es sólo cabello y vuelve a crecer, pero imagina sacrificar algo más...

Eres suficiente justo como eres. Quizá hasta ahora has hecho lo mismo que yo, que me he relacionado con hombres que no querían estar conmigo, y ojo, que eso no los hace ni malos, ni cabrones, ni patanes, ellos también traen sus heridas y muchos desde ahí se relacionan. Con los años he aprendido que cuando un hombre me rechaza no es porque no le haya gustado, es porque sus heridas no embonan con las mías, y al menos así ya no me lo tomo tan personal.

 
 
 

Comentarios


  • b-facebook
  • Twitter Round
bottom of page